jueves, 31 de diciembre de 2015

Gracias, 2015

Por ahí se suele decir que las épocas malas de nuestra vida son luego, a la larga -o no tan larga-, las que más nos enseñan y/o definen.
Y es terriblemente cierto.

Me llamo Julia, tengo 22 años y nunca, nunca, me ha pasado nada en la vida.
Nunca me he roto un hueso, o dislocado algo. Nunca me he metido en peleas gordas, nunca he tenido un "día más feliz de mi vida" o un "peor día de mi vida". Nunca he sido muy de viajar, de probar cosas nuevas, de experimentar, de salir de mi zona de confort que se le dice ahora; y justo por esto último es que nunca, nunca, me ha pasado nada en la vida.

Tampoco recuerdo prácticamente nada de mi infancia y adolescencia -bueno, para qué engañarnos, no recuerdo nada nunca-, pero el caso es que siento que no recuerdo nada de nada porque nunca me ha pasado nada de nada. ¿Me explico?
He tenido una vida jodidamente aburrida.

Bueno... Eso es casi cierto del todo.



Los que me conozcan, o al menos se hayan leído la anterior entrada de blog, sabrán que no hará demasiado me pasó algo un tanto grave. Una de esas cosas que a la larga te enseñan y/o definen. Una de esas cosas terriblemente ciertas.

Hace dos años y pocos meses, sufrí un desvanecimiento en el autobús de vuelta a casa de la facultad. Yo para entonces estaba estudiando para los exámenes finales de mi primer año en la carrera de Filosofía, un año del que salí limpia y contenta. Contenta porque estaba cómoda, porque un año atrás me había quedado fuera de la carrera que yo realmente quería estudiar: Bellas Artes.
La historia tiene su gracia -aunque en su momento no me reí una mierda- y es que la nota para entrar en BBAA siempre había sido un 5, pero ¡oh, casualmente ese año había subido a un 8,4! ¡Maravilloso! ¡Estupendo! ¡Fantástico! ¡Magnífico! ¿Y sabéis qué era lo mejor? Que mi nota estaba en un 7,1 ¡Maravilloso! ¡Estupendo! ¡Fantástico! ¡Magnífico! Me quedé a 10 personas de entrar y aún hoy me cago en los muertos de sus putas madres. Un beso desde aquí.

Total, que ese año me lo pasé sin hacer nada (intenté en Tomares un ciclo formativo de Realización de Audiovisuales que no salió nada bien, pero eso, un año "perdido" que se suele decir). Eché para varias carreras, Filosofía la primera, y a la primera que entré. Y como digo, estaba cómoda. No tenía muchos compañeros en clase y, francamente, no sentía encajar del todo ahí, pero las cosas que algunos de los profesores que me impartieron clase decían en esas pocas horas, simplemente me inspiraban lo más grande. Quizás no estudiaba lo que quería de verdad, estaba convencida de que, pese a haber perdido el tren de Bellas Artes, el tren de Filosofía me dejaría en una parada cercana a aquella en la que buscaba bajarme.

No podía estar más equivocada.








Hace dos años y pocos meses, sufrí un desvanecimiento en el autobús de vuelta a casa de la facultad.
Sufrí un extraño mareo o dolor de cabeza, me aferré a la barra junto a la puerta de salida, apoyé la cabeza en ella y cerré los ojos para abrirlos pocos minutos después. Desperté una primera vez en el suelo del autobús, rodeada de gente que me hablaba preocupada, que me pedía que me sentase en uno de los asientos del bus. Recuerdo levantarme a duras penas e ir a ello, pero volví a caer, y ya cuando quise despertar de nuevo estaba en el suelo de la calle, cerca del centro comercial Los Arcos de Sevilla, con mis pies en alto sobre mi propia maleta y dos conductores de autobuses agachados a mi lado. No oía ni veía bien, estaba desubicadísima. Miré hacia atrás, vi el autobús en el que yo debía estar montada parado, con todos mirándome. Fue entonces cuando comprendí que había perdido el conocimiento por segunda vez en mi vida.
Sí, yo ya había sufrido un desmayo años atrás, acontecimiento que recordé en seguida y que deseaba que no tuviese un desenlace similar: Pasé un terrible 24 de diciembre de fiebre que tuve que pasar en casa, tumbada en el sofá viendo la película de Mary Poppins recuperándome del susto de haberme medio muerto; tuve que quedarme allí mientras mi hermano y madre iban a casa de mis tíos, muy cerca de la mía, a ver a mi abuela, que iba a pasar las Navidades con nosotros. Las últimas Navidades con nosotros, concretamente. A la mañana siguiente mientras abríamos los regalos, mis tíos llamaban diciéndonos que se había ido dormida.
De no haber sido por aquel desmayo... En fin.

Tras ese pequeño flashback tuve la ligera impresión de que algo horrible iba a sucederme, pero pareció no ser así: Llegó la ambulancia, tras ella mis padres, me hicieron unas pruebas en el hospital, me comí un bocadillo de jamón ibérico y pa' casa a cambiarme de ropa y a ponerme a estudiar para el examen que tenía pocos días después.



Nada cambió durante un mes.
Había acabado el curso con buenos resultados, y en ese momento estaba comiendo con el que entonces era mi novio y mi amiga Bea en un Burger King, momento en el que
Oh, vaya
me mareé.
"Oh, oh. ¿Un mareo? Esto... ¿Esto no será como en el autobús? ¡Oh, dios! ¡Es eso! ¡Esta sensación es la misma que la que tuve en el autobús! ¡Voy a desmayarme!"
Ataque de ansiedad. Pánico.
Les dije a ambos que me iba a desvanecer, que estaba encontrándome fatal y que, por favor, saliésemos a tomar el aire. Salí, respiré y todo normal. "Vaya, falsa alarma. Fue solo un mareo"

Fue solo un mareo
esa vez
y las cientas de miles de veces que sucedieron desde entonces.
Desde ese día, cada vez con más frecuencia, tenía ataques de pánico porque me mareaba y creía que me desmayaría. Pasé todo el verano así, algo angustiada con ello, nada grave, hasta que ya en otoño fui al médico y éste llegó a la conclusión de que mi problema estaba en mis cervicales. Ya había empezado el 2º curso de Filosofía y el tanto mirar a la pizarra y a los apuntes una y otra vez parecía ser causante de que me marease. Me mandaron unos ejercicios para el cuello y ala, a vivir.

Qué fácil suena, ¿verdad?
A vivir no, a recuperar las clases que perdí por huir de la facultad al marearme. A vivir no, a recuperar los días perdidos en los que preferí quedarme en casa antes que coger un autobús. A vivir no, todavía no.
Me costó, pero logré medio ponerme al día (sacrificando un par de asignaturas para ello), y estuve unos tres meses sin más problemas, concretamente, desde el Mangafest de ese año 2013 hasta febrero-marzo 2014.
Fue entonces cuando volvieron los mareos, y con ellos -por supuesto- los ataques de ansiedad, el pánico, el recuerdo de la desagradable sensación que era desmayarse para mí.

¿Y se lo conté a alguien?
No. Pff. ¿Para qué?
Sí que lo sabían mis mejores amigos, 2 o 3 personas sabían que, poco a poco, iba dejando de ir a clase con la excusa de "esto lo tenemos en internet", "el profesor ha faltado", "estudio mejor por mi cuenta", etc.

A N S I E D A D
Ansiedad que se transformaba en T R I C O T I L O M A N Í A , otro tema que trato en otra antigua entrada de blog.
Para resumiros, la tricotilomanía es un trastorno obsesivo compulsivo por el que quien lo padece siente la necesidad, el impulso a veces inconsciente, de arrancarse pelo de diferentes partes del cuerpo; en mi caso, cabeza, cejas y pestañas yupi.
Para mí, la tricotilomanía es un estado de trance en el que me arranco pelo de cabeza, cejas y pestañas como método de antiestrés. Ya de por sí es una jodida mierda el ni si quiera darte cuenta de que lo haces, pero sin duda lo peor es mirarte en el espejo y ver que te falta media ceja, casi todas las pestañas de los ojos o que la melena que tanto cuidas y que tienes por el culo, de pronto, tiene mechones que te llegan por el cuello.
Llevaba desde cría con este problema, pero no había sido hasta entonces que me estaba afectando tanto.


Un día mi madre me hizo el favor de llevarme en coche a la facultad. Ella, que debía olerse que me pasaba algo -por faltar tanto a clase- me estaba medio echando la bronca por ello, y no recuerdo cómo pero acabé diciéndole:

-Mamá, quiero ir al psiquiatra

Sí, al psiquiatra. Al psicólogo no, al puto psiquiatra. Imaginad la cara de mi madre.
Obviamente me preguntó el motivo, y le expliqué lo de la tricotilomanía. Os lo creáis o no, fue un paso jodidamente difícil para mí; pese a haber ido de niña al psicólogo por ello, ya siendo adulta y consciente jamás había hablado sobre el tema con nadie, muchísimo menos mi madre, y el sacar por así decirlo un tema tan delicado y grave para mí -que supuestamente había resuelto con 10 años- pues, hombre, algo dificilillo si que era. Le expliqué que da igual lo que intentase, que no paraba de arrancarme pelo y que eso debía ser ya de pastillas por lo menos; que seguramente el motivo por el que me estaba afectando tanto era que estaba agobiadísima con la facultar, con que no podría llevar todo, con que algo iba mal conmigo.




¿Conclusión?
Pedimos cita para el psicólogo de la seguridad social  
dos semanas antes de los exámenes finales.
¿Me ayudó?
No, me agobió aún más.
¿Que qué me dijo?

"Usted tiene un TRASTORNO DE PÁNICO Y AGORAFOBIA".

Bieeeeeen..

-Haz ejercicio
-No tengo tiempo, debo estudiar para los exámenes
-Usa guantes para no poder arrancarte pelo
-Estamos casi en verano

El suicidio me empezaba a parecer buena opción, oiga. Mi agobio era real ya antes de ir, pero tenía la esperanza de que la mujer que me atendió me dijese que dejase pasar los exámenes, que me relajase y dejara el mundo tranquilo y quizás entonces el mundo me dejaría tranquila a mí. Pues me dijo todo lo contrario: estudia, aprueba, sal de casa.

Haha no.


Pocos días después salí con mis amigos.
"Pfff, agorafobia, qué estupidez"
Media hora después de llegar con mis amigos, me tuve que volver a casa, muerta de miedo. Muerta de pánico.
Trastorno de pánico y agorafobia. Pfff, qué estupidez.

Sí. Tenía agorafobia.
No. No podía salir de casa
O al menos no sin acabar con un ataque de ansiedad y/o llorando.




Recuerdo todo tan caótico, tan mal...

Creo que estuve cerca de dos largas semanas queriendo decirle a mi madre:
  • "Mamá, no voy a presentarme a los exámenes porque mi angustia es TAL que no puedo estudiar".
  • "Mamá, me cuesta horrores sentarme a pensar en algo que no sea lo mal que estoy"
  • "Mamá, en el caso de ponerme a ello, no tengo apuntes, no he ido a clase porque me daba miedo salir de casa, de mi cuarto"
  • "Mamá, no puedo pedir apuntes a más gente porque no tengo amigos en clase"
  • "Mamá, no tengo amigos en clase porque... Porque ese no es mi sitio"
  • "Pero mamá, no quiero suspender.
  • No quiero estar un verano más estudiando recuperaciones.
  • Quiero tenerlo libre, quiero poder dedicarlo a mis cómics, a mis dibujos, a mis personajes, a lo que de verdad me gusta"
Que era Bellas Artes
¿O no?

Sí. Pero para entonces yo no lo sabía.
Para entonces yo no sabía que la causa de mi trastorno de pánico y agorafobia era que yo no estaba estudiando Bellas Artes.
Tan simple.
Tan simple como que no me merecía la pena "arriesgar la vida" saliendo de casa para ir a estudiar algo que no me gusta.
Pero para entonces yo no lo sabía.
Y el no saber qué pasaba conmigo era lo que más me angustiaba.



Estuve dos largas, larguísimas semanas buscando cómo decírselo a mi madre. Días en los que lo único que hacía era tumbarme en la cama a imaginar cómo se lo podría decir, a chatear con los dos o tres amigos que se preocupaban or mí de verdad, a escribir en mi cuenta privada de Twitter lo mucho que estaba odiando vivir en ese momento.

Y finalmente lo hice.
Recuerdo gritos, lloros, gritos de estos que te desgarran la garganta, de los que no sabes si estás más enfadado o triste. Estaba gritándole a mi madre. Sólo de recordar esto me está dando ganas de llorar. Lo siento, mamá. Estaba verdaderamente mal. Estoy llorando mientras escribo esto.


Ocurrieron un par de cosas más tras esto, que fueron tan sumamente horribles que prefiero no recordarlas y escribirlas aquí.
Pero ese verano tuve, por fin, un Peor Día de mi Vida







Al final, esto fue lo que decidimos:
No me presentaría a los exámenes, ya veríamos en septiembre qué pasaba.
A parte, iría a un psicólogo privado, uno que me ayudase de verdad. Y yo conocía a uno. ¿Os acordáis de Bea, la chica que nombraba al principio cuando me dio un mareo en el Burger King? Su madre era y es psicóloga, y ella fue a la que llamé para pedirle ayuda.

Y vaya si me ayudó.
Para que luego digan que los superhéroes no existen.







Fui a su consulta una vez por semana, cada martes a las 16:00, durante unos... tres meses, donde mejoré mucho, pero tras los que tuve una recaída que ahora cuento. Aquí al principio de mis visitas a Sagrario (el nombre de la psicóloga) fue el Animacómic de Málaga, así que os vuelvo a dejar la entrada sobre aquello por si os interesa una visión del tema más del mismísimo día.

 El caso es que a los tres meses caí de nuevo. ¿Motivo? Oh, SEPTIEMBRE, exámenes.
Lo mismo.
Aquí fue cuando me di cuenta de que, sí, ciertamente mi problema era que no estaba estudiando lo que me gustaba.

 ¿Sabéis que acabamos haciendo? Repetir el segundo año de la carrera, pero mandando una carta al decanato de la facultad de filosofía para poder estudiar sólo unas 5 asignaturas en lugar de 10. Sagrario escribió una carta con mi problema e incapacidad para ir a clase y encantados me la aceptaron.
Aun así, no estaba bien del todo.
Sobre esas fechas me empezó a ver un psiquiatra que me recetó una serie de pastillas, siendo las primeras TAN fuertes que me provocaron alucinadiones...

Yo, que he tenido, como decía al principio, una vida tan aburrida, no era capaz de aguantar todo aquello. Veía mis manos moverse a cámara lenta, me brillaban en rojo, mi cuarto ascendía y mi cuerpo me quemaba. ¿Horrible? Naaah. Quizás os suene estúpido o hasta gracioso el tema alucinaciones, pero yo esa noche tuve que dormir con mi madre del miedo que tenía.



Comencé a ir a clase acompañada de mi madre. Francamente, fue una gran experiencia, no sólo para mí que estaba en la única asignatura del curso que me gustaba, sino para mi madre también, que vivió lo que era ir a la facultad; aún hoy me habla de lo mucho que le gustó esa asignatura.

Paulatinamente ella dejó de acompañarme a clase.
Cada vez se iba antes hasta finalmente ir yo sola.

E m p e z a b a   a   r e c u p e r a r m e .




Si tuviese que elegir un día en el que sentí que superé mi miedo, fue el Mangafest de ese año, 2014.
El por qué lo podréis deducir viendo el video que ahora os dejo, pero básicamente fue el meterme absolutamente sola en una avalancha de gente cuando, apenas un día antes, no podía entrar a las tiendas del salón con mis amigos sin agobiarme.



Ah... Mis amigos. O mejor dicho, amigas.
¿Qué haría yo sin ellas?










Pasó diciembre, llegó enero, y entre susurros y algo de miedo le confesé a Sagrario que no quería seguir estudiando Filosofía.
Creo que le faltó aplaudirme, y con razón. A mi madre le costó más aceptarlo, pero finalmente decidimos que dejaría el segundo cuatrimestre y empezaría a estudiar para Selectividad, para las específicas, Historia del Arte y Técnicas de expresión grafico-plásticas, para así subir mi media y entrar sin problemas en Bellas Artes.


Y así fue.

Si mi fallo 4 años atrás fue presentarme sólo a una específica, este año no iba a ser tan tonta y escogí dos. No me hacía especial ilusión estudiar OTRA VEZ Historia del arte (porque en el primer año de Filosofía tenía esa misma asignatura, don't know why), pero ahí estaba.




Estudié

Le eché ganas como a nada en el mundo

Y un 25 de junio a las 00:29 de la noche me dijeron que había sacado dos notables.

Que ahora mi media era de un 10, y no de un 7.





Entré en Bellas Artes en la primera convocatoria.

 ――――――――







A estas alturas del cuento, sólo me queda dar las gracias a todos los que pusieron un granito de arena para ayudarme a estar aquí hoy.
  • A mi familia por pagar todo lo que mi recuperación implicó, por dar la mano pese a que yo sacaba las garras, por forzarme cuando yo no quería, porque esa era la única forma de ayudarme, pese a que yo lo odiase; gracias por creer en que yo lo podía todo.
  • A los que pensé que eran mis amigos y que hasta que no me vi con el agua al cuello no huyeron como cobardes, dejándome sola. Gracias por ahorrarle trabajo al tiempo.
  •  A Bea y Sagrario por ser la primera luz en iluminarme el camino, en mostrarme que había salida y llevarme hasta ella durante tantos y esenciales meses.
  • A Natsu, Sandra, Cima y Belén, por estar ahí en el Animacomic, en Cádiz, en el Mangafest y sobretodo en Selectividad. Por ser ellas mismas y mis mejores amigas.
  • A Erina, Yuki, Arly, Maiki y todo el grupal de Danganronpa, porque sin saberlo quizás me estábais ayudando a seguir adelante un fin de semana tan clave como fue ese para mí.
  • A Aida y Mitsuko porque a día de hoy sigo sin saber agradecer la segunda oportunidad del Mangafest 2014. Empezar a hablar con vosotras representó un cambio en mí, a otro Yo mejorado. 
  • A Mario, por preguntarme diariamente cómo estaba y sacarme una sonrisa si la respuesta era "mal", por despertarte a las 6 de la mañana para desearme suerte en Selectividad, porque sé que evitarás que caiga de nuevo, por mil cosas que él sabe perfectamente cuales son.
  • A Isma, Saku, Feebs, Lans, Mim, Eli, en general los chicos del Crystal porque aunque no lo sepáis algunos, las veces que me escribíais me ayudabais a evadirme de mis problemas y a conocer gente que de verdad sí valía la pena.
  • A Ana/Garza, a Raquel, a Vivi, a Alba, a todo el que se ha tomado la molestia alguna vez para saber cómo estaba, para ayudarme a soltar lo que tenía dentro, para ayudarme con Bellas Artes.

Simplemente mil gracias a todos los que de corazón os habéis preocupado por mí cuando twitteaba "me encuentro mal en el autobús", cuando tenía que aprobar Selectividad, cuando tenía simplemente miedo; incluso si ya no nos hablamos, gracias. Sois cientos y no sabría nombraros a todos, pero me quedo tranquila si os reconocéis en alguna de estas frases aunque sea.


Gracias por hacerme ver que lo importante no es evitar el miedo, sino en tenerlo, reconocerlo, afrontarlo y superarlo.



Gracias.
 Ahora sólo me queda seguir creciendo hasta convertirme en la mejor versión de mí misma.